martes, marzo 24, 2009

PERIODISTAS Y MAFIA

Traduzco aquí un artículo en el que entramos los periodistas. Me parece muy interesante. Su autor es Claudio Fava, hijo de Giusseppe Fava, el periodista asesinado en Catania por Cosa Nostra en 1984. Habla de una experiencia de los años 90, muy ilustrativa de la situación de entonces, y muy propicia para crear paralelismos con la situación -de unos y de otros- en 2009.

Las ocasiones perdidas para luchar contra la mafia

Desde los años 90 Sicilia no es una isla en guerra: es una tierra invadida y ocupada. El 80% del gasto público se controla directamente por las familias mafiosas; las subcontratas son cosa suya, desde los movimientos de tierra al mercado del hormigón.
En las razones del brusco declive de los caballeros del trabajo está Cosa Nostra: Suyas son las empresas, creadas y desmanteladas según sus necesidades, siempre al asalto de los contratos públicos. En estos asaltos, en lugar de la bayoneta se prefieren las técnicas refinadas del capitalismo extremo, capaces de aprovecharse de los huecos de cada bando. De rebajar las ofertas. De distribuir las ventas con la mano experta de quien reparte las cartas en la mesa de póquer.
Estas cosas ocurren en el país de la verdad. Pero en los decorados locales de su periódico, Mario Ciancio vive y gobierna como si Catania fuese la ciudad del sol, y Sicilia una tierra bendecida por los dioses. En las columnas de su diario no se habla nunca de amigos de los mafiosos, de locales saqueados, elecciones amañadas o administradores corruptos. Y, si no hay más remedio que dar la noticia por razones judiciales, son siempre las palabras de los abogados defensores las que dan la versión de los hechos; se insinúan dudas sobre la acusación, y se recita el rosario del equívoco. Un vicio antiguo, la reticencia. Cuando asesinaron al General Dalla Chiesa, los periódicos de todo el mundo publicaron el nombre de Nitto Santapaola como el posible dirigente del ataque mafioso en la vía Carini. El único periódico que omitió la noticia sobre los responsables y el nombre de Santapaola es La Sicilia (el diario de Mario Ciancio).

La Sicilia, el único diario que, el día después, frente a la evidencia de los hechos, inventará en el titular un embarazoso virtuosismo verbal: “Un conocido capo”. Todo con tal de no pronunciar en vano el nombre de Santapaola. En aquellos años vendría evocado en pocas, en contadas ocasiones: por ejemplo, para informar de la muerte de su padre, quien fue recordado en la crónica con palabras de sufrido respeto. El mismo respeto que se usa para los hombres de Estado o los padres de la patria.
Hay un episodio en el comienzo de los años 90 que da la cifra exacta del grado de sometimiento a la mafia. A la familia Ercolano, cercana a Santapaola, se le atribuían dos encargos: el de asesinar, ocupándose personalmente de los homicidios o dejándoselos a su equipo de sicarios. Mientras, al padre Giusseppe le tocaba reciclar el dinero de la familia a través de empresas de transporte, salas de juego, supermercados. A veces ocurría que las dos actividades se superponían. Por ejemplo, cuando había que escoltar al gran capo Nitto Santapaola de un refugio a otro durante su clandestinidad. Entonces era Giuseppe Ercolano quien se ocupaba de buscar un camión en el que el boss pudiera viajar cómodo, mientras el hijo, Aldo, se ocupaba del servicio de orden, de garantizar una gacela de los carabineros para hacer de escolta motorizada, en el caso de que se encontrarán un puesto de control.
Es en este clima de falta de pudor en el que el nombre de Giuseppe Ercolano se ensarta, casi obligadamente, en un informe de policía. Aquél informe acabó en manos de un joven periodista, un biondino, como se solía decir a los periodistas precarios, aprendices sin contrato que no tenían ni un espacio propio en la redacción. El biondino era Concetto Mannisi, y de la redacción lo mandaban cada mañana a hacer la ronda de los hospitales, a recoger los señalamientos en los tribunales, a hacer la lista de los estancos atracados. Aquél día tuvo suerte: se encontró con la denuncia a la autoridad judicial con la referencia a uno de los Ercolano. Y Mannisi, claro está, dio la noticia, recogiendo fielmente cuanto estaba escrito en el informe de los carabineros.
El día después, cuando el biondino puso los pies en el periódico, el redactor jefe lo llamó y lo llevó al despacho del editor. Allí le esperaba, junto a Mario Ciancio, Giuseppe Ercolano. Buscado, pero todavía inexplicablemente en la calle. Y por supuesto, libre de venir a protestar con el jefe del diario por el artículo poco correcto sobre sus asuntos. En cualquier otra redacción, si un mafioso llegara a protestar por una noticia (verdadera) que le incriminaba, el director hubiera llamado al 113 (la policía). Mario Ciancio en cambio recibía a Ercolano en su despacho, llamaba al periodista culpable de haber dado la noticia (verdadera) y, en presencia del capo, le daba esta solemne advertencia: “¡Que nunca más se te ocurra llamar mafioso al aquí presente señor Ercolano!”. En verdad, lo han escrito los carabineros, se justificaba el periodista. “Nosotros no somos carabineros”, replicó Cancio, y lo que ellos hayan escrito en su informe no nos importa. Ercolano, recostado en el sillón, asiente con paternal silencio. Eran sus últimos días de gloria: lo arrestaron pocos meses después bajo la acusación de asociación mafiosa. Para los jueces, Ercolano es el regente de la Familia, capo indiscutible de la cosca (familia mafiosa) por cuenta del cuñado Santapaola. Para Ciancio, en cambio, es sólo un honorable comerciante.
En cualquier otra ciudad del reino sólo el relato de esta ridícula charla hubiera hecho intervenir a la Asociación de la Prensa (para solidarizarse con el periodista que ha llamado mafioso a un mafioso), la Orden de los Periodistas (para retirar el carné a Mario Ciancio), la Procura de la Repubblica (para abrir un proceso penal). En cualquier otra ciudad. No en Catania, y no en los dominios de Mario Ciancio. Desgraciadamente por una razón: la representación en aquellos días del sindicato de periodistas y el Orden en Sicilia son dependientes de Ciancio. Y el procurador es un buen amigo del editor, y le ha acompañado en su carrera con discreción. ¿Están sorprendidos? ¿De qué? ¿De un tribunal adiestrado para comportarse como un gatito? ¿O de un sindicato de periodistas incapaz en 12 años de constituirse en acusación popular en el proceso contra los asesinos de Giuseppe Fava? Pero después, ¿creemos de verdad que tenemos el derecho de sorprendernos? ¿De mirar las cosas obscenas de estos tiempos, con el alma ligera de quien no sabe, no entiende, no imagina? Esta ligereza la hemos perdido, amigos míos. La hemos cambiado por el sueño tranquilo, por caminos calmados, por providenciales amnesias. Para dar un ejemplo, ¿cuántos conservan en la memoria lo que recoge la sentencia que absolvió al senador Giulio Andreotti después de que hubieran prescrito sus delitos?

(Andreotti) Un padre de la patria señalado como el garante político, hasta 1980, de las familias mafiosas de Palermo y afortunado por el demasiado tiempo que separa el proceso judicial de aquellos sus pecados: sería bastante para querer escribir la historia de esta patria, pero nadie tiene ganas de hacerlo. Mejor seguir sonriendo cuando el senador (Andreotti) aparece en televisión. Verle –desde la derecha y la izquierda- como a un verdadero estadista, y mientras olvidar aquella sentencia y las terribles historias que cuenta. Viejas rencillas. Cosas antiguas. Polvo de archivo.
Claudio Fava