jueves, enero 17, 2008

Clientelar, chaquetero y trincón...

Sandra Lonardo, esposa de Mastella, arrestada en casa pero sonriente

Tomo las palabras del título de este artículo de una información de Vocento en la que se da cuenta de la dimisión del ministro de Justicia italiano, Clemente Mastella. Su esposa, Sandra Leonardo, está bajo arresto domiciliario. No es una nessuna, como dicen en Italia, es la presidenta del Consejo Regional de Campania, región cuya capital es Nápoles. La acusación para el ministro de Justicia no es moco de pavo: tráfico de influencias en la sanidad pública. Hay opiniones para todos los gustos, como que el partido de Mastella, Udeur (Unión de Democráticos por Europa), no se diferencia mucho de una asociación para delinquir, delito recogido en el código penal. La sanidad, otra vez. La misma que se recoge en un excelente documental, La mafia è bianca, que explica cómo se ha gestado una red de clínicas privadas en manos de amigos de los amigos en toda Sicilia, con millones y millones de fondos públicos. Al mismo tiempo, se ofrecen imágenes de los hospitales públicos de Palermo; lo más parecido a Zaire, Kenia o Mozambique.
La noticia de tráfico de influencias en la sanidad vinculada al partido de Mastella, y más en Campania, no creo que añada nada nuevo. La respuesta de Mastella, tampoco; a saber, persecución de los jueces, una vez más. Cada vez que un juez instruye un caso en Italia contra un político o parte de una administración se le acusa de todo: comunista si ataca a Forza Italia, derechista si ataca a Prodi, comunista si ataca a Prodi, comunista si ataca al centro; y buen juez si se dedica a mirar por la ventana. Cuando los jueces no miraban por la ventana ya sabemos lo que ocurrió, pero todavía Berlusconi mantiene la tesis de que hubo una “politización” de la justicia dedicada a su persona a su partido, y a todo lo demás. Recuerdo un debate en la televisión, allá por al año 91, en que se discutía sobre Sicilia, sobre la relación entre política y mafia. En el plató estaba Giovanni Falcone, además de periodistas dedicados en esos años a lo que había que dedicarse, al fenómeno mafioso y su relación con las instituciones. En medio del debate se da la palabra a alguien del público, que a grito pelado acusa a esos periodistas y a la magistratura de “crear un movimiento para destruir la mejor clase política de Democracia Cristiana, la que va a conseguir que Sicilia camine adelante”. Un año después Falcone saltaba por los aires, y otros más. Se desmanteló todo lo hecho por los jueces de instrucción. Ese hombre, el del público, no era un nessuno tampoco, sino Totù Cuffaro, después presidente de Sicilia. Ese que todavía hoy se atreve a decir que hay que “honrar la memoria de Falcone”. Como si no tuviéramos memoria.La clase política italiana, la gobernante, sigue en condiciones de calificarse con esas tres palabras del título, las que califican a Mastella y a muchos otros: Clientelares, chaqueteros, trincones.

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